Como todos sabemos, existen varios tipos de madres, casi tantos como gustos de helados en una heladería italiana… No obstante, podemos englobarlas en algunas categorías generales.
Existen las madres estupendérrimas, esas madres que hagan lo que hagan son siempre impecables. Da igual que se pongan el chándal de terciopelo y la pinza de los chinos sujetando el pelo, lleven dos días sin dormir y se les haya acabado hace un mes el contorno de ojos y la crema hidratante (sí, sé lo que estáis pensando, pero ¡existen!, una servidora las ha visto).
Están las madres-en carrera (que no de carrera, que esas más o menos somos todas), que manejan la silla de paseo con la misma facilidad con la que leen un gráfico de cotizaciones.
Por otro lado, las madres ansiosas (y la que escribe ha formado parte de este grupo por mucho tiempo…), que tapan y destapan a sus pequeños como si estuvieran poniendo placas de pasta a una lasaña…
Y qué me decís de las madres deportivas, que no son sólo aquellas que hacen jogging con el cochecito o la silla de paseo e intercalan series de cincuenta abdominales entre toma y toma, sino también esas que apenas se inquietan y saben tomarse deportivamente los llantos, los vómitos, las rabietas, los cólicos e incluso sus pequeños defectos…
Las madres famosas son, obviamente, una categoría aparte, que en realidad no ha de ser considerada del todo, ya que cómo se comportan realmente con sus propios hijos y cómo viven su maternidad no lo sabemos… Todo lo que nos hacen ver es solamente un “spot publicitario”.
Obviamente, el piccolo, a la hora de elegir su prototipo de madre no tuvo en cuenta las categorías anteriormente descritas y creó una diferente:
Mi madre, más allá del aspecto físico y de las proporciones, cuestiones que en realidad no me importan demasiado y que desde mi punto de vista son totalmente subjetivas, tiene que correr rápidamente para cubrir el espacio que nos separa; precipitarse como una tigresa para estar a mi lado al mínimo gemido; tiene que saber atraparme al vuelo y aferrarme segura, abrazándome fuerte antes de que me haga daño; si sirve, tiene que ser capaz de mostrar su lado salvaje y bizarro, aunque generalmente prefiera usar su lado “inteligente”; no tiene que estar siempre en orden ni parecer que tiene todo bajo control… Y no tiene que tener miedo a mancharse, como yo.
¡Ya está! ¡Lo tengo! ¡Mi mamá tiene que ser como una jugadora de rugby!
Y, más o menos, así soy yo… ;)